¿Quién lo hubiera imaginado hace diez años? Y estamos sólo en los inicios. Hay toda una generación de jóvenes que no han comprado en su vida un CD, que no tienen, lógicamente, reproductores de discos, y que descargan gratuitamente su música favorita de internet para luego escucharla en sus teléfonos o en sus mp3. ¿Para qué pagar por algo que resulta gratis? Es como el agua del grifo (pincha para leer una entrada de hace un año).
Además de las múltiples secuelas económicas y legales, uno de los problemas del cacharro es la baja calidad musical que ofrece. El último en advertirlo ha sido Lou Reed: "La gente debería exigir un mayor nivel en el sonido."
Está claro, queremos beber agua del grifo, pero que no sepa a cloro. ¿Cómo se consigue eso? De momento, pagando.
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