30 de mayo de 2010

The Ballad of Lucy Jordan

La película Thelma y Louise (no dejes de consultar la bien documentada entrada en Wikipedia) dirigida en 1991 por Ridley Scott contaba en su banda sonora con una conocida canción interpretada por Marianne Faithfull: The Ballad of Lucy Jordan.



Lo que no todo el mundo sabe es que la canción, que aparecía en su disco Broken English (1979), no es original de Marianne Faithfull, sino del poeta y compositor estadounidense Shel Silverstein.

La balada de Lucy Jordan

El sol de la mañana acariciaba suavemente
Los ojos de Lucy Jordan
En un blanco dormitorio suburbano
En una blanca ciudad suburbana
Mientras estaba acostada bajo las mantas
Soñando con miles de amantes
Hasta que el mundo se volvió naranja
Y la habitación comenzó a dar vueltas

A los 37 años
Se daba cuenta de que nunca
Conduciría por París en un coche deportivo
Con el cálido viento en su pelo
Así que dejó el teléfono sonar
Y estaba sentada cantando dulcemente
Cancioncillas infantiles que había aprendido
En la butaca de su papá.

Su marido está en el trabajo
Los niños están en el colegio
Y hay, oh, tantas maneras
Para ella de pasar el día
Podría limpiar la case durante horas
O trasplantar las flores
O correr desnuda por las calles sombrías
Gritando todo el tiempo.

A los 37 años
Se daba cuenta de que nunca
Conduciría por París en un coche deportivo
Con el cálido viento en su pelo
Así que dejó el teléfono sonar
Mientras estaba sentada cantando dulcemente
Bonitas canciones infantiles que había aprendido
En la butaca de su papá.

El sol de la tarde acariciaba dulcemente
Los ojos de Lucy Jordan
En el tejado al que subió
Cuando las risas fueron estridentes
Y ella se inclinó e hizo una reverencia al hombre
Que llegó y le ofreció su mano,
Y la llevó hasta el largo coche blanco
Que esperaba más allá de la multitud.
A los 37 años
Supo que lo había encontrado para siempre
Mientras conducía por París
Con el cálido viento en su pelo.


The Ballad of Lucy Jordan

The mornin' sun touched lightly
On the eyes of Lucy Jordan
In her white suburban bedroom
In her white suburban town
As she lay there, neath the covers
Dreamin' of a thousand lovers'
Til the world turned orange
And the room went spinnin' round

At the age of thirty-seven
She realised she'd never ride
Through Paris in a sportscar
With the warm wind in her hair
So she let the phone keep ringing
As she sat there softly singin'
Pretty nurs'ry rhymes she'd memorised
In her daddy's easy chair

Her husband he was off to work
And the kids were off to school
And there were on so many ways
For her to spend the day
She could clean the house for hours
Or rearrange the flowers
Or run naked down the shady street
Screamin' all the way

At the age of thirty-seven
She realised she'd never ride
Through Paris in a sportscar
With the warm wind in her hair
So she let the phone keep ringing
As she sat there softly singin'
Pretty nurs'ry rhymes she'd memorised
In her daddy's easy chair

The evenin' sun touched gently on
The eyes of Lucy Jordan
On the rooftop where she climbed
When all the laughter grew too loud
And she bowed and curtseyed to the man
Who reached and offered her his hand
And led her down to the long white car
That waited past the crowd

At the age of thirty-seven
She knew she'd found forever
As she rode along through Paris
with the warm wind in her hair ...

16 de mayo de 2010

Fred Vargas: Un lugar incierto


En Un lugar incierto (Un lieu incertain, 2008) el comisario Jean-Baptiste Adamsberg, debido a su cargo de Director de la Brigada Criminal de París, asiste a un coloquio internacional en Londres sobre gestión de flujos migratorios. El tema no le interesa y no sabe ni una palabra de inglés (de la cuestión lingüística se encarga el anglófilo comandante Danglard), pero viaja con el propósito de pasear junto al Támesis para comprobar si tiene el mismo olor a colada enmohecida que el Sena y si las gaviotas gritan en inglés.

Durante un paseo nocturno con un colega inglés, Adamsberg y Danglard asisten al descubrimiento junto a la entrada del cementerio de Highgate de diecisiete zapatos con sus mutilados pies dentro. Los policías franceses se desentienden de tan inquietante asunto, pero tras regresar a casa se enfrentan a un horroroso crimen. Un periodista jubilado de 78 años ha sido despedazado a conciencia en más de cuatrocientos trozos que posteriormente han sido machacados. El nombre del principal sospechoso se filtra de forma interesada a la prensa y los siguientes acontecimientos confirman que alguien ha tendido una trampa a Adamsberg para que sea apartado de la investigación. Y en este punto Fred Vargas aprovecha para salpimentar la trama con una dosis de denuncia de la corrupción judicial.

En cualquier caso, las pistas conducen al comisario hasta Kiseljevo, un pequeño pueblo de Serbia, donde pasea junto al Danubio, consigue sorprendemente aprender algunas palabras de serbio y con gran peligro de su vida consigue establer la conexión entre tan extraños casos: alguien está exterminando a los descendientes de un vampiro del siglo XVIII.

Fred Vargas, seudónimo de Frédérique Audoin-Rouzeau, es una autora francesa que escribe por afición novela de enigmas. Rechaza calificar su obra como novela policíaca, y la verdad es que cuanto más se aleja de los formalismos del género más interesante resulta, aunque se pliegue a los ortodoxos finales en los que el lector recibe la convencional explicación racional a las intrigas planteadas.

Un lugar incierto da continuidad a los aciertos de las anteriores obras de Fred Vargas: originales argumentos, agilidad narrativa, personajes fuera de catálogo, y, como principal virtud, un atípico protagonista con la cabeza en las nubes y cuyo método policial consiste en la ausencia de todo método que no sea la intuición, el paseo inspirador y el pausado diálogo.

Entretenida, pero la fórmula Vargas comienza a repetirse.

Fred Vargas: Un lugar incierto, Siruela Policiaca, 2010

Otras novelas de Fred Vargas:

La tercera virgen
Más allá a la derecha

11 de mayo de 2010

Philip Roth: La humillación


La humillación (The Humbling, 2009) es la última novela de Philip Roth (1933). El protagonista, Simon Axler, un prestigioso actor norteamericano de teatro clásico pierde a sus más de sesenta años su talento para interpretar. De repente, ha fracasado, su magia se ha esfumado. Su desmoronamiento es “colosal”. Todos los días piensa en suicidarse con la Remington 870 que guarda en el desván, pero incluso eso le parece una mala actuación.

Desde que tenía tres o cuatro años, a lo largo de toda su vida, ha tenido “la sensación de que se hallaba en una representación teatral.” El teatro es el único sentido de su vida y ahora, cuando comprende como en el poema de Jaime Gil de Biedma que “envejecer, morir, es el único argumento de la obra”, se encuentra vacío y literalmente solo.

La terapia psiquiátrica apenas le procura un leve consuelo. En estas circunstancias reaparece en su vida una joven, hija de unos amigos, con la que recupera la pasión sexual. Encuentra en la pulsión primordial del deseo erótico su única esperanza. Y como náufrago que es, se aferra a su última oportunidad con desesperación, sin condiciones, con ciego abandono, aunque no ignora que el fracaso, ahora sí, puede ser definitivo. Al final, su última representación teatral resulta patética (el inexorable pathos de la tragedia).

Ya en su primera obra publicada, la colección de relatos Goodbye, Columbus (1959), Philip Roth marcaba dos de los ejes temáticos de su narrativa: el deseo sexual y la identidad cultural judía. Con El mal de Portnoy (1969), su novela más conocida y la que le dio fama de la noche al día, ahondaba de forma lúcida, hilarante y corrosiva en ambos temas. Si en sus obras de madurez el deseo erótico era para Roth un caudal vital irrefrenable, en sus últimas novelas, cumplidos ya 70 años, la pasión sexual resulta ser la única tabla de salvación, la justificación, incluso, de la existencia.

En la no muy lejana El animal moribundo (2001, llevada al cine por Isabel Coixet como Elegía) Roth narra, nos hace reflexionar, sobre el deseo, la vejez, la enfermedad y la muerte. Cuando al final de la partida el jaque mate de Tánatos es inevitable, Eros se niega a abandonar porque “El sexo no es solo fricción y diversión superficial. El sexo es también la venganza contra la muerte. No te le olvides de la muerte. No la olvides jamás. Sí, también el poder del sexo es limitado. Sé muy bien lo limitado que es. Pero, dime, ¿qué poder es mayor que el suyo?”

Coinciden El animal moribundo y La humillación en esta idea; pero si en la primera había una agridulce reflexión sobre la naturaleza humana, en la segunda domina una crudeza desolada y una amargura que se manifiesta, por ejemplo, en un claro distanciamiento del autor con su personaje, que en definitiva es alguien sin verdadera identidad, un actor que al final de la obra descubre ser “un pequeño ser ridículo, débil y desacreditado.”

Philip Roth, un referente indiscutible de la narrativa actual, demuestra, aunque le duela a cierta crítica, no haber perdido su magia.

Philip Roth: La humillación, Mondadori, Barcelona, 2010