31 de marzo de 2007

Joni

En abril aparecerá en las tiendas A tribute to Joni Mitchell. En el sarampión de los discos "homenaje a" (me ahorro conscientemente el anglicismo “disco tributo”) le ha llegado ahora el turno a la canadiense. Algo sorprendente en una cantante que ha renegado en diversas ocasiones de la industria musical. Hace unos años declaró que a los "cerdos pornográficos” que dirigen las multinacionales sólo les interesa “el golf y los raperos”. Dardos envenenados de Joni, pero recordemos que quien paga manda. Nada más lejos de mi intención que flagelar a Joni Mitchell que ocupa un altar de privilegio en mi abigarrado panteón musical.

Roberta Joan Anderson, que tal es su nombre auténtico, empezó a cantar a mediados de los años 60. Antes, se había dedicado a la pintura y a la poesía, actividades que no ha abandonado nunca. En los 70, con una buena colección de discos gloriosos (Blue, el más destacable) alcanzó el éxito y la consideración de reina de las cantautoras norteamericanas. En 1976 (para situarnos, año de Hotel California de Eagles, por ejemplo) publicó Hejira. Hégira fue el viaje que Mahoma realizó desde La Meca a Medina. Hejira es el resultado del viaje creativo de Joni Mitchell que le trasladó definitivamente desde el folk y el rock hasta el jazz. En esta etapa destaca Mingus (1979), disco grabado junto a Charles Mingus, Jaco Pastoriu, Wayne Shorter y Herbie Hancock, ¡casi nada!!! “El grupo de sus sueños”, lo llamó ella. Por supuesto, la crítica no entendió un disco maravilloso que sólo los años han situado en el lugar que merece.

De sus últimos discos cabría destacar Turbulent Indigo y Taming the Tiger. y olvidarse de álbumes de versiones con orquesta de sus temas clásicos como Travelogue (2002), según Joni Mitchell, su despedida musical. “Odio la música”, afirmó, aunque se comenta que trabaja en un nuevo disco que podría aparecer el próximo otoño.

¿Qué encontramos en A tribute to Joni Mitchell? Pues lo de siempre en este tipo de obras: un disco irregular, mejores y peores versiones de temas conocidos. Siempre he pensado que si una versión no aporta nada nuevo al original no tiene mucho sentido. He leído que lo mejor es la aportación de Emmylou Harris, o la de Elvis Costello; pero como sobre gustos no hay nada escrito yo me quedo con los intérpretes de jazz. Con la exquisita adaptación de Don't interrupt the sorrow que hace Brad Mehldau, o con la siempre intensa Cassandra Wilson haciendo suya For the roses. Supongo que queda claro que la etapa más jazzística de Joni Mitchell es mi preferida.

¿Lo más sorprendente? Prince cantando A case of you, una joya. Más insípidas me resultan las versiones de Björk, Annie Lennox y las de otras dos canadienses: Sarah McLachlan y K.D. Lang.

Por último, una recomendación: Joni Mitchell. Woman of heart and mind. A life story, magnífico DVD que recorre su vida y su obra.

24 de marzo de 2007

Diego A. Manrique

Interesante columna de Diego Manrique en El País (19 de marzo de 2007). Bajo el título Agua del grifo reflexiona sobre los nuevos formatos que soportan la música en la actualidad. En poco tiempo pasarán a los museos, como ya ha sucedido con los LPs, los convencionales CDs con sus portadas, fotos, créditos y letras. Según David Bowie la música no tardará en convertirse en algo parecido al agua. Basta con abrir el grifo para conseguir el insípido elemento. Basta con entrar en Internet para actualizar nuestro mp4 o nuestro iPod, que mola más, con un surtido de convencionales melodías.
Diego Manrique se muestra apocalíptico. Cierra la columna con una analogía (madre de todas las retóricas) cinematográfica que no me resisto a reproducir:

"Lo inquietante de desconfiar del iPod es que uno termina sintiéndose Norma Desmond, la protagonista de El crepúsculo de los dioses... Cuando se topa con Joe, el guionista, éste la reconoce como una diva del cine mudo, "usted era grande".

Ella responde airada: "¡Soy grande! ¡Son las películas las que empequeñecieron!". Exacto: la música es grande pero encoge con sus nuevos soportes, se devalúa con los actuales hábitos de consumo."

No estoy del todo de acuerdo con Manrique, pero lo que está claro es que el fenómeno es imparable. Tengo que decir que desde hace muchos años soy fiel seguidor de Diego A. Manrique: hasta le he enviado correos laudatorios en momentos de debilidad. Desde los viejos tiempos de la revista Vibraciones, pasando por Popgrama en la tele, hasta sus artículos en El País o su cita diaria de El Ambigú en Radio 3 (ahora también en Internet) he seguido devotamente sus comentarios musicales y lo considero una referencia indiscutible. De su autoridad nos habla el hecho de que hasta merece una entrada de Wikipedia, algo similar a aparecer en la páginas de la Enciclopedia Espasa-Calpe hace años.

Parece olvidar Manrique que donde la música alcanza su máxima emoción es en directo. Así que yo me voy ahora mismo a un concierto. Quizá os lo cuente en otro momento.

Si quieres leer el artículo completo, pincha aquí: Agua del grifo.

11 de marzo de 2007

I want you back

Anne McCue es una cantautora australiana, que de la mano de Lucinda Williams está hacienco carrera en EEUU. Esta canción es de su álbum Roll (2004). Más reciente es Koala Motel (2006). Muy recomendable, que lo sepas.

9 de marzo de 2007

Mejor Casablanca

Una recomendación: no te molestes en ver El Buen alemán, película de Steven Soderbergh.
El director de la conocida Sex, Lies, and Videotape (1989) se marca un supuesto homenaje al cine de los años cuarenta que en realidad resulta un plagio de lo más artificioso. Hasta el cartel de la película ha fotocopiado de Casablanca. Mejor alquilas El tercer hombre y la ves tranquilamente en casa.

4 de marzo de 2007

Auster en la habitación

“Un número equivocado inspiró mi primera novela. Una tarde estaba solo en mi apartamento de Brooklyn, intentando trabajar en mi escritorio, cuando sonó el teléfono.”
Paul Auster: El cuaderno rojo

En la primera novela de Auster, La ciudad de cristal, Daniel Quinn recibe una llamada equivocada durante la noche mientras lee Los viajes de Marco Polo. Contesta. Una voz femenina pregunta por Paul Auster. En el transcurso de la novela, Quinn acaba conociendo a Auster. Lo visita en su apartamento, donde conversan sobre El Quijote.

En la última novela de Auster, Viajes por el Scriptorium, Quinn charla en una habitación cerrada con un anciano escritor, Mister Blank.

En realidad, Blank es Auster. Así lo reconoce el propio autor en entrevistas publicadas recientemente en El País o La Vanguardia. “Creo que el anciano soy yo mismo dentro de veinte años, o alguien que se parece mucho a mí.”


En un juego muy austeriano, el autor cierra con su primer personaje el círculo de su obra narrativa. Algo que reconoce el propio Auster en la entrevista que le ha realizado Eduardo Lago para El País y que adquiere mayor sentido cuando añade que su imaginación se encuentra agotada y que quizá no vuelva a escribir más.

Viajes por el Scriptorium comienza con un anciano sentado en una cama, las manos sobre las rodillas, la cabeza agachada, mirando al suelo. Esta imagen se repite cíclicamente a lo largo de la novela. En un ambiente onírico y claustrofóbico Mister Blank se encuentra encerrado y, por ello, desconcertado en una habitación, como Gregorio Samsa o como Izzy (Harvey Keitel) en Lulu on the bridge. Allí recibe la visita de diversas personas que resultan ser personajes de sus novelas.

Quien disfrutó de la extraordinaria Brooklyn Follies encontrará esta vez una novela muy diferente. Más cercana a La trilogía de Nueva York, por ejemplo. En mi opinión, Viajes por el Scriptorium es una antología del universo simbólico y de las obsesiones creativas de su autor donde encontramos básicamente un juego retórico basado en una doble intertextualidad.

Por un lado, encontramos múltiples referencias a escritores clásicos: Kafka, Beckett, Cervantes (el guiño cómplice del manuscrito que encuentra Blank), Unamuno, Pirandello... Borges y Saramago, me atrevo a decir también.

Por otro lado, las constantes referencias a sus obras y personajes anteriores: El país de las últimas cosas (su protagonista, Anna Blume, es la que más afecto despierta en Mister Blank), La noche del oráculo (el relato de John Trause, anagrama del propio Auster), El palacio de la luna (el chiste de Marco Fogg) , Leviatán (las fotografías de Benjamin Sachs en momentos claves de su devenir como criatura literaria), etc.

Mientras nos llega la próxima novela de Paul Auster, ¡esperemos que ésta no sea la última!, nos conformaremos con el próximo estreno de su nueva película, The inner life of Martin Frost, que se anuncia en Estados Unidos para este mismo mes de marzo.