Tras sus últimas novelas protagonizadas por ancianos (Brooklyn Follies, Viajes por el Scriptorium y Un hombre en la oscuridad) Paul Auster vuelve conscientemente, según ha reconocido, a “explorar la juventud otra vez", como hiciera en el Palacio de la luna o en Leviatán.
En Invisible (2009), Adam Walker, joven estudiante universitario e ingenuo protagonista, conoce en una rememorada fiesta a una inquietante pareja francesa que acabará manejando decisivamente los hilos de su existencia. Siguiendo la misma trayectoria juvenil que el propio Auster, el personaje viaja desde la Universidad de Columbia en Nueva York hasta el París cercano al mayo del 68 con la finalidad, según después comprueba asqueado, de ejecutar un malicioso y cruel plan de venganza. Al final de su vida, Adam Walker pone por escrito sus titubeantes recuerdos. Los restantes personajes van completando, en polifonía de voces, el puzzle de lo vivido para confirmar, una vez más, que la realidad es poliédrica y la memoria, selectiva.
Continúa Paul Auster fiel a sí mismo. O, lo que es lo mismo, fiel a su estilo. Es Invisible una novela ideal como manual en un taller de escritura creativa. Volvemos a encontrar sus temas preferidos (la memoria, la ficción, el azar, la creatividad, la guerra, el amor, la búsqueda de la identidad...) y uno de sus habituales ejercicios estilísticos. Sin llegar al manierismo formal de Viajes por el Scriptorium (2006), esta novela se desarrolla con continuos saltos cronológicos y desde una pluralidad de voces narrativas en las que se alternan la primera, la tercera e, incluso, la tan arriesgada segunda persona. Está presente, cómo no, su característica tendencia al juego de la intertextualidad que arranca ya en la primera página con una referencia a Bertran de Born, poeta provenzal condenado al Infierno por Dante junto a los sembradores de discordia, y rescatado de nuestro olvido contemporáneo, de esta forma, por Auster.
En conjunto, Auster demuestra de nuevo su solidez literaria, su fluidez expresiva... Su maestría, en definitiva; pero acabada la lectura nos queda una leve sensación de insatisfacción, semejante a la de quien tras reservar mesa en su restaurante favorito ha esperado una cena memorable y, al final, se tiene que conformar con unos impecables platos de cocina de autor que no logran saciar su apetito.En Invisible (2009), Adam Walker, joven estudiante universitario e ingenuo protagonista, conoce en una rememorada fiesta a una inquietante pareja francesa que acabará manejando decisivamente los hilos de su existencia. Siguiendo la misma trayectoria juvenil que el propio Auster, el personaje viaja desde la Universidad de Columbia en Nueva York hasta el París cercano al mayo del 68 con la finalidad, según después comprueba asqueado, de ejecutar un malicioso y cruel plan de venganza. Al final de su vida, Adam Walker pone por escrito sus titubeantes recuerdos. Los restantes personajes van completando, en polifonía de voces, el puzzle de lo vivido para confirmar, una vez más, que la realidad es poliédrica y la memoria, selectiva.
Continúa Paul Auster fiel a sí mismo. O, lo que es lo mismo, fiel a su estilo. Es Invisible una novela ideal como manual en un taller de escritura creativa. Volvemos a encontrar sus temas preferidos (la memoria, la ficción, el azar, la creatividad, la guerra, el amor, la búsqueda de la identidad...) y uno de sus habituales ejercicios estilísticos. Sin llegar al manierismo formal de Viajes por el Scriptorium (2006), esta novela se desarrolla con continuos saltos cronológicos y desde una pluralidad de voces narrativas en las que se alternan la primera, la tercera e, incluso, la tan arriesgada segunda persona. Está presente, cómo no, su característica tendencia al juego de la intertextualidad que arranca ya en la primera página con una referencia a Bertran de Born, poeta provenzal condenado al Infierno por Dante junto a los sembradores de discordia, y rescatado de nuestro olvido contemporáneo, de esta forma, por Auster.
Paul Auster: Invisible, Editorial Anagrama, Barcelona, 2009.
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